Aunque el propósito de este viaje era conocer cuanto más
mejor de Ávila y sus alrededores, no pudimos resistir la tentación de acercarnos a
dos localidades próximas, pertenecientes a la provincia de Salamanca, Peñaranda de Bracamonte
y Alba de Tormes. La primera tiene un nombre tan sonoro, tan evocador del
medievo, que sólo por eso necesitaba conocerla. De manera que, el tercer día de
nuestro viaje, nada más desayunar nos dirigimos hacia allí, por una autovía, la
A-50, que nos permitió llegar en cuarenta minutos.
Buscamos el centro, aparcamos, pusimos las antenas y
empezamos a pasear. Desde lejos habíamos visto una extraña cúpula de color
azul con algún detalle blanco sobre la sillería de piedra, una combinación arquitectónica que
llama la atención, no precisamente por su armonía. Era la Iglesia de san Miguel,
del siglo XV. Entramos y nos situamos bajo la cúpula para examinar lo que desde
fuera nos había sorprendido. Dos de las columnas que la sujetaban estaban muy
inclinadas, lo que nos hizo suponer que debía de haber sucedido algún
derrumbamiento, solucionado mediante aquel artefacto que parecía de chapa. Una
cúpula horrible en una iglesia monumental, diría yo como resumen.
A la salida, entramos en una librería -Taller de lectura- cuyo escaparate atrajo
mi atención, como suele ocurrirme con todas las tiendas de libros del mundo. Ya
he dicho en alguna ocasión que además de lector soy bibliófilo, y los libros
raros se encuentran en los lugares más insospechados. No compramos ninguno,
pero entablamos una larga conversación con la librera, una mujer de mediana
edad que demostró un buen nivel cultural. Coincidió con nosotros en la fealdad
de la cúpula, y nos explico que hubo un incendio en los 70 que obligó a
sustituir la vieja por otra que, aunque de dudoso gusto, no sobrecarga
los pilares. Todo tiene explicación, hasta la fealdad.
Además de esa extraña cúpula, también el retablo nos había llamado la atención.
Una colección de cuadros religiosos, con una disposición que cubre la totalidad
del ábside. Puede ser, no tengo por qué dudarlo, que sean de gran calidad. Pero
después de haber visitado tantas iglesias monumentales a lo largo de mi vida, aquella
sustitución del retablo desaparecido por este nuevo se me antojaba extraña. La
librera coincidió conmigo, aunque lo dijo bajando la voz, como si no quisiera
que la oyeran sus conciudadanos.
Después de que nuestra improvisada cicerone nos recomendara
algunas visitas adicionales, propuso que comiéramos en el restaurante Las
Cabañas, en el que, según nos dijo, “come gente muy importante de Madrid”. Pero
como todavía eran las doce, decidimos que lo haríamos en Alba de Tormes, la segunda
localidad que visitaríamos ese día. Hicimos un recorrido rápido por Peñaranda, visitamos
un convento teresiano y el Humilladero, dos recomendaciones de nuestra amable e
improvisada guía, y a través de la misma autovía de antes proseguimos nuestra
ruta hacia el oeste.
Pero como la siguiente parada, Alba de Tormes, requiere una
cierta atención, porque fueron muchas las impresiones de todo tipo que dejó en mi ánimo,
aparco mis recuerdos de momento hasta el próximo artículo, que no tardará en llegar.
Pues pendientes quedamos de Alba de Tormes
ResponderEliminarNo se hará esperar. Dentro de un rato
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