Pero, como era la hora de comer y las visitas se interrumpían hasta las cuatro de la tarde, decidimos resolver primero los asuntos culinarios y dejar para más tarde los culturales. Cada cosa en su momento o, como dice el proverbio, haya paz y después gloria. En un bar al que entramos a tomar el aperitivo, rito imprescindible cuando se mantienen las buenas costumbres, nos recomendaron un restaurante, La Santa, al que, después de oír una detallada exposición de la tabernera sobre sus virtudes, acudimos sin dudarlo un instante. El comedor sólo disponía de media docena de mesas, que ocupaban un pequeño espacio, acogedor y tranquilo. Me fijé en la ausencia de mujeres. Sólo la mía y una camarera representaban al género femenino, proporción que me llamó la atención por significativa.
En una mesa aledaña, cinco comensales que superarían con creces los setenta, dignos representantes de la burguesía rural, daban debida cuenta de un impresionante besugo al horno -de encargo, según supimos-, que con gran boato y rito muy estudiado les iba sirviendo el maître. Nosotros, aunque sin tanta pompa ni parafernalia, tampoco nos anduvimos por las ramas. Después de una ensalada templada de perdiz, mi mujer unas chuletitas de cordero a la brasa y yo una merluza en salsa verde. Aprovecho para decir que en mi opinión la restauración se ha encarecido mucho más en los últimos años que el hospedaje. No es que éste esté barato, pero comer en un restaurante que tenga algo de encanto y, sobre todo, buena comida y buen servicio, se ha puesto por las nubes.
Después de comer visitamos el convento de Santa Teresa. De una visita que hicimos hace años a la celda donde supuestamente murió, recordaba un recinto sencillo, incluso con pretensiones de humildad. Pero lo que hemos visto esta vez no concordaba en absoluto con mis recuerdos, una ostentación impresionante de riquezas en forma de objetos religiosos que, en mi opinión, nada tiene que ver con lo que significó en su momento la vida de la reformadora de El Carmelo.
De los aspectos que rodean las reliquias de la santa preferiría no hablar, porque la descuartizaron literalmente. Allí están el corazón y un brazo, dentro de sus correspondientes urnas de cristal; pero parece que por otros lugares circulan distintas partes de su cuerpo, entre ellas un dedo meñique. Eso sin mencionar la mano que siempre acompañó a Franco. Como este asunto resulta algo esperpéntico, bastante macabro y sobre todo fetichista, voy a pasar a otro, no sea que sin pretenderlo caiga en la indebida irreverencia.
En cualquier caso, la impresión que me llevé es muy parecida a la que me queda después de visitar lugares parecidos, donde el mito, la superstición y el culto a la morbosidad se mezclan hasta constituir un insulto a la inteligencia. Es algo así como si los promotores de la exageración no se conformaran con la realidad y necesitaran mitificarla. Pero doctores tiene la Iglesia.
Ese día, después de este baño de burda imaginería, y algo
abrumados por el espectáculo, dimos un paseo por el centro de Alba de Tormes y
regresamos a Ávila. El día había sido intenso y nos merecíamos un rato de tranquilidad en la cafetería.
Pero todavía me quedan muchas cosas que contar.
Cuando los sitios son interesantes y hay mucho que visitar, merece la pena quedarse sin ver cosas, que las prisas son malas consejeras. Es un buen pretexto para volver al lugar, sobre todo si hay buenos restaurantes rústicos que no sean excesivamente caros.
ResponderEliminarHe aprovechado la lectura de tu artículo para darme un paseo por Alba de Tormes y ver algunas fotografías de La Santa (el restaurante).
Es curioso eso que mencionas de que había pocas mujeres, porque en nuestros paseos por Galicia nos ocurre lo mismo: en las aldeas, sobre todo, son los hombres casi exclusivamente los que se reúnen en los bares, con poca o ninguna participación femenina. La mujer, como antaño, debe de estar atendiendo la casa, los niños y la cocina.
Lo de atender la casa, los niños y la cocina sigue siendo el pretexto del machismo, más agudo en el mundo rural que en las ciudades. Por eso me ha llamado la atención, porque no estoy acostumbrado a una discriminación que me parece insultante.
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