Por supuesto que tengo mi propia interpretación de los factores que han influido en estos resultados. Por un lado los riesgos que conllevan las alianzas poco fiables a las que se ha visto obligado el gobierno socialista, y, por otro, la fagotización de Ciudadanos por parte del PP.
La constante rebeldía de Podemos dentro del gobierno, las listas de Bildu con cuarenta exetarras incluidos en ellas, el continuo raca-raca de Esquerra con la república catalana y otras lindezas no ayudan en nada a crear una imagen de seriedad gubernamental, de sentido de estado. Todo lo contrario, son circunstancias que provocan indignación en los ciudadanos y exponen a los que gobiernan a una fácil crítica de su gestión.
Pero eso ya es agua pasada. Ahora corresponde hacer autocrítica, valorar sin apasionamiento las causas del estrepitoso fracaso y corregir los fallos. Sin embargo, aunque creo que la decisión de Sánchez de convocar elecciones sin pérdida de tiempo es la que corresponde a una situación como ésta, mucho me temo que sus socios sigan mareando la perdiz de sus personalismos, porque, una vez oídas algunas declaraciones de sus más preclaros líderes, tengo la sensación de que algunos no se han dado por aludidos.
Ione Belarra habla ahora de unidad, lo que se me antoja un auténtico sarcasmo después de haber "barrido para casa" durante toda la legislatura y, en consecuencia, haber contribuido de manera muy significativa a hundir al conjunto progresista. Están a punto de desaparecer y todavía sigue agarrada a los viejos clichés que tanto daño han hecho a las esperanzas de las clases más desfavorecidas.
Yolanda Díaz ha movido ficha inmediatamente y ha registrado su nuevo partido, invitando una vez más a Podemos a que se una al proyecto. Algunos de sus socios han salido escaldados de estas elecciones, pero ya se han dado cuenta de que unidos suman más que cada uno por su cuenta. Que Belarra, Montero, Echenique e Iglesias lo entiendan también es harina de otro costal. Hasta ahora, a pesar de sus bienintencionadas propuestas para favorecer a los más desposeídos, su manera de hacer política, entre la hosquedad y la aspereza, ha espantado a muchos votantes de la izquierda moderada y, a la vista de los resultados de estos comicios, también a bastantes de los que hasta ahora los han seguido con ilusión.
El
partido socialista tiene que madurar una nueva estrategia. Siempre ha
representado los ideales de la izquierda moderada, la de el vísteme despacio que
tengo prisa, y se había visto obligado a meterse en un berenjenal muy complicado, en un terreno
de arenas movedizas. La repetición de elecciones a las que le
obligó en su momento la torpe intransigencia de Podemos bajó significativamente la fuerza parlamentaria de la
izquierda en su conjunto y, como consecuencia, el partido socialista ha tenido que recurrir a pactos muy
peligrosos; pero también es cierto que si continuara así terminaría hundiéndose con
los demás. Y, que nadie lo olvide, el PSOE ha sido el motor de la modernización social de
España desde el retorno de la democracia y sigue representando los ideales de una gran parte de los progresistas que prefieren, como decía Unamuno, la gota que horada a la convulsión volcánica.