Por eso, nada más desayunar emprendimos la excursión del día, esta vez a Mondoñedo. Este nombre siempre ha sonado en mis pensamientos como un lugar misterioso, de oscuras historias inquisitoriales, de curias influyentes, de creencias arraigadas. Pero, además, por la fama de su catedral, la llamada arrodillada debido a su escasa altura y a sus perfectas proporciones.
Aparcamos junto al impresionante edificio del seminario. Observamos
que a su lado había otra construcción no menos interesante, en cuya
puerta se observaba un gran movimiento de personas. Entramos creyendo que se
trataría de un museo, pero la cancerbera nos cerró el paso aduciendo que
aquello era una “pensión de sacerdotes”. De manera que nosotros allí no pintábamos nada. Esto último no lo dijo ella, pero yo sí lo pensé
Hicimos la visita de la basílica y del museo en algo más de una hora, ayudados por nuestras correspondientes audioguías. La sugerente voz del locutor animaba a tomar asiento de vez en vez, contemplar arquitectura y ornamentos, frescos y pinturas. Aunque con modificaciones posteriores, se trata de un templo románico de estrictas proporciones. La girola, amplia y muy bien iluminada, llamaba la atención. Parecía más el pasillo de un palacio que el corredor trasero del altar.
Cuando salimos al exterior notamos enseguida que la temperatura había descendido bastante. Un grupo de colegiales de unos diez u once años atendía las explicaciones de su maestro sobre la catedral. Siempre me ha gustado contemplar la enseñanza al aire libre, frente al objeto del temario. A cierta distancia, para no parecer un entremetido, estuve escuchando un rato las palabras del profesor, en un lenguaje sencillo, no exento de cierto academicismo. No es fácil combinar la sencillez con la precisión cultural. Esa es una de las virtudes de la buena pedagogía.
Nos sentamos en una terraza, bajo unos soportales frente a la catedral, y nos tomamos el merecido aperitivo mientras decidíamos dónde comeríamos. En contra de lo que habíamos supuesto, Mondoñedo es un pueblo pequeño, con poca vida ciudadana. Exploramos en un par de restaurantes, pero ninguno de ellos nos gustó, por lo que decidimos volver a Ribadeo, a sólo media hora de distancia. Reservé por teléfono mesa en el “El Lar de Manolo”, un lugar que parecía por las fotos de su web bonito y anunciaba una interesante carta. Además, estaba muy cerca del parador, lo que nos permitiría dejar el coche en su aparcamiento y acercarnos andando.
La verdad es que fue un acierto, porque el ambiente era agradable, el servicio muy profesional y, todo hay que decirlo, comimos muy bien. Después volvimos al parador, bajo un cielo que continuaba amenazando lluvia, aunque sin decidirse.
A las siete de la tarde, con una temperatura bastante baja y por tanto bien abrigados, salimos a recorrer Ribadeo, del que hasta ahora sólo conocíamos los alrededores del parador y la zona portuaria. Fue un paseo largo, a través de un trazado urbano amplio y poco congestionado, con grandes plazas ajardinadas y frondosos parques, y un caserío moderno, nuevo o restaurado. Dedicamos especial atención al barrio de san Roque, en el que se concentra una gran cantidad de palacetes indianos, muchos de ellos divididos en apartamentos. Por lo general, los herederos de aquellos ricos emigrantes que volvieron a su patria después de “hacer las Indias” no han podido mantener los suntuosos patrimonios inmobiliarios de sus abuelos. Los tiempos cambian todo y deshacen fortunas.
Esa noche, la última de nuestra estancia en Ribadeo, cenamos en el parador, recreándonos en el recuerdo de las cosas que habíamos conocido y proyectando nuevas escapadas. Porque mientras la mente no se oscurezca y el cuerpo no se derrumbe, estos viajes revitalizan y llenan de ilusiones. ¡Qué más se puede pedir!
Al día siguiente, el de nuestro regreso, durante el viaje nos cayó a raudales la lluvia que nos había respetado durante nuestra estancia, como si después de haberse contenido tanto tiempo dijera, ¡ya no puedo más!
Buenas fotos, hermosos templos románicos. Con el suelo húmedo aparecen como más brillantes y limpios.
ResponderEliminarLas lecturas de estos “cuadernos de viaje” me hacen viajar con vosotros a esos lugares deliciosos, y veo al maestro explicar sus lecciones al aire libre a sus alumnos. Es algo que siempre he echado en falta en el colegio: estas lecciones al aire libre.
Y sí: es difícil ser sencillo y culto a la vez. Recuerdo una vez que una buena amiga me presentó a otra, de la cual me había advertido previamente: “es muy culta, pero sencilla”, con lo cual quiso decir que no era pedante ni con ínfulas de superioridad. Y es que cuando se es verdaderamente culto siempre se es sencillo y humilde.
Siempre me gusta visitar los claustros, donde se respira paz.
Acogedor “O lar de Manolo”. Bonito nombre.
Buenos palacetes indianos se observan en San Roque. Algunos se ven herrumbrosos.
Que la salud mantenga vivas las ilusiones. ¡Por los buenos viajes y hasta el próximo!
Fernando, gracias una vez más. Ha sido un viaje interesante, como suelen serlo todos en los que el viajero descubre algo nuevo.
EliminarHe contado lo del profesor en Mondoñedo, porque yo también en mi caso he echado siempre de menos las clases prácticas, no sólo en el bachillerato, sino también en la universidad. Parece que algo está cambiando.