26 de mayo de 2023

Viaje a la Mariña 3. Asturias, patria querida

El tercer día de nuestro viaje, miércoles 10 de mayo, decidimos cruzar la ría y explorar la zona costera más cercana a Galicia. Nos habían recomendado que visitáramos un cementerio musulmán, que allí llaman de los moros, muy próximo a Luarca, al parecer curioso e interesante. Pero, aunque el GPS nos llevó hasta la puerta, no encontramos la entrada ni un lugar donde aparcar. Desistimos y nos dirigimos directamente al puerto de esta localidad, a la que desde donde estábamos se accedía por una carretera de montaña, que desciende sinuosa y pronunciada directamente hasta las instalaciones portuarias y desde la que se puede contemplar una fantástica perspectiva de esta empinada villa asturiana.

Como no encontrábamos plazas libres en los aparcamientos, nos metimos en los muelles, hasta dar con un hueco. Estaba reservado para residentes, pero, tras una breve negociación con el vigilante, nos permitió, dadas las circunstancias, dejarlo allí durante un rato, con la promesa de cambiarlo antes de comer. Dimos un paseo, localizamos algunos restaurantes, tomamos un aperitivo en la terraza de uno de ellos mientras contemplábamos las maniobras de atraque de un pesquero y el desembarco de la captura del día, y reservamos mesa.

Después cambiamos el coche de lugar. En una zona cercana, al pie de unos enormes acantilados, se extendía a lo largo de una playa un aparcamiento en superficie, con una gran capacidad, pero a pesar de ello casi lleno. Cuando observo estas aglomeraciones me pregunto qué sucederá en época de vacaciones. Paseamos durante un buen rato por las calles más céntricas de Luarca, en las que -¡cómo no!- había mercadillo.

Comimos muy bien, atendidos por una simpática camarera, que además de atenta resultó una buena cicerone. Se llamaba Andrea, era luarquesa y nos amenizó la sobremesa con una detallada exposición de los encantos de su pueblo. Lamentablemente no teníamos tiempo, pero anoté sus recomendaciones para la próxima vez.

A la vuelta, decidimos recorrer la otra orilla de la ría del Eo, es decir la que está enfrente de Ribadeo. Llegamos primero a Castropol, cuya silueta, como ya he dicho, veíamos desde la terraza-mirador de nuestra habitación. Recorrimos su pequeño y bien cuidado puerto deportivo, contemplando la fachada del parador que aparecía frente a nosotros a una distancia de unos cuatrocientos o quinientos metros, la anchura del estuario..

Continuamos hacia el fondo de la ría, atravesamos un pueblo que se llama Vegadeo, muy animado a esas horas de la tarde. Continuamos dando la vuelta al brazo marino, cruzamos el río Eo a la altura de su desembocadura, volvimos a entrar en Galicia y nos dirigimos hacia Ribadeo. Todavía no conocíamos la zona portuaria, que como ya he dicho constituye un barrio algo separado del centro. Aparcamos, esta vez sin problemas, y nos dirigimos a los pantalanes del club náutico. Lo recorrimos, contemplando las cubiertas y los aparejos de docenas de pequeñas y medianas embarcaciones de recreo. Los puertos deportivos, aunque yo no sea aficionado a este deporte, siempre han despertado mi interés, puede ser, no lo niego, porque se me antoje una afición de aventureros.

Nos sentamos en una terraza estratégicamente situada sobre las embarcaciones. Hacía algo de frío, pero íbamos abrigados. Durante algo más de una hora, mientras tomábamos unas apetecibles y tonificantes bebidas, estuvimos contemplando las ajetreadas tareas de mantenimiento de algunos deportistas sobre la cubierta de sus embarcaciones. Tengo un buen amigo chiclanero, amante de la navegación a vela, que se pasa horas y horas a bordo de su velero atracado en el puerto, de la misma manera que yo lo hago a la sombra de una higuera en nuestro huerto de Castellote. La soledad reconfortante, cada uno la busca alrededor de sus aficiones.

Ese día cenamos en el parador.

2 comentarios:

  1. Debe de ser increible navegar en tu propio velero; mas creo que yo también tendré que dejar esta afición para otra vida. De momento me conformo, yo también, con disfrutar de mi jardín a la sombra de donde haga falta.

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    1. Fernando, los jardines o los huertos tienen una ventaja sobre los veleros: se mueven menos.

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