Esta idea, la del voto inútil, es válida tanto para la derecha como para la izquierda. Yo recomendaría a los votantes conservadores que centraran su voto en el PP, el único partido de esa parte del espectro político que tiene posibilidades de ocupar el Palacio de la Moncloa, en vez de apoyar a la ultraderecha, que a pesar de su crecimiento no deja de ser un partido minoritario. De la misma manera que creo que los progresistas deberían apoyar al PSOE, la única opción de izquierdas que que ha gobernado y tiene posibilidades de seguir haciéndolo.
Hasta aquí la teoría. Lo que sucede es que el votante medio
es muy amigo de los personalismos, de idolatrar a los líderes y
convertirlos en opción política, aunque se sepa de antemano que poco o nada tienen que
hacer. En vez de analizar las diferencias de programas entre unos y otros y comprobar
que son tan pequeñas que no merece la pena dispersar el voto, muchos se
mantienen en la idea de defender exactamente aquello en lo que creen,
aunque salgan perjudicados. Esto último lo saben o lo sospechan, pero no se apean de la terquedad de sus convicciones. Como decía el el chiste del baturro, que se aparte el tren.
Mientras que entre los conservadores se ha producido un cierto reagrupamiento al desaparecer prácticamente Ciudadanos, entre los progresistas la división -en algunos casos atomización- continúa. El PSOE mantiene una buena intención de voto, pero, como la dispersión lo perjudica, la izquierda corre el riesgo de ceder el testigo al PP y a Vox, gracias precisamente a la miopía de algunos votantes progresistas.
Las espadas vuelven a estar en alto y la falta de pragmatismo del votante se mantiene a pesar de las evidencias. Todavía me acuerdo del espectáculo tan patético que ofrecieron las distintas fracciones que se formaron a la izquierda del PSOE en las pasadas elecciones andaluzas. Todos veían venir el fracaso y ninguno hizo nada para evitarlo. El resultado fue que salió triunfante el señor Moreno Bonilla, precisamente la opción que ninguno de ellos hubiera querido que ganara.
Después todos se echaron las culpas del desastre, los unos a los otros. Pero la realidad es que, si en esto de la política se pudiera hablar de culpables, los verdaderos responsables serían los que, a pesar de las evidencias aritméticas, a pesar del esperpento de los personalismos y a pesar de reconocer que están favoreciendo al adversario, se mantienen en sus trece por aquello de los matices programáticos.
Como decía un viejo chiste del inolvidable Forges, van votando ustedes lo que van votando y luego les pasa lo que les pasa.
Sucede algo parecido con los que deciden no votar porque sus ideas no se adaptan EXACTAMENTE a las de ningún partido.
ResponderEliminarEs cierto. Pero mi experiencia me dice que la abstención se debe más al hartazgo que a las ideas.
EliminarEstá claro el razonamiento; sin embargo, creo que si siguiéramos siempre ese consejo, aún estaríamos votando al partido liberal de Sagasta o al Conservador de Cánovas.
ResponderEliminarCreo que, aparte los programas, es importante que valoremos al líder, que es quien ha de llevar a cabo los programas propuestos.
Que yo sepa ni Cánovas ni Sagasta se presentan a las elecciones.
EliminarEn cuanto a los líderes versus los programas o las ideas, éstas permanecen y aquellos desaparecen. Pero aún así, si dispersas el voto estás favoreciendo a líderes de la opción contraria, que es sobre lo que reflexiono en el artículo.
Insisto, un voto inútil para tus ideas es un voto útil para las contrarias.