El comentario de un buen amigo mío al artículo que publiqué el pasado día 10 de abril en este blog, bajo el título “¿Dónde se sitúa Ciudadanos? ¿Es un partido de centro derecha?” -que ya he contestado, con la obligada brevedad, en el lugar correspondiente-, me lleva ahora a dar una opinión más extendida y detallada sobre el profundo problema de la corrupción que sufre nuestra sociedad y sobre sus consecuencias.
Empezaré por condenar, una vez más, la epidemia de sinvergonzonería que nos atenaza. No me cansaré de decir que lo que está sucediendo en España no sólo es inaceptable por indecente, también peligroso por lo que aporta de inestabilidad social. El sistema entero parece podrido, desde las altas instancias del Estado –incluida la Casa Real-, pasando por los partidos políticos de todos los signos, sindicatos, organizaciones empresariales, judicatura, hasta un largo etcétera que no voy a detallar porque de todos es conocido.
Afortunadamente, la labor de algunos jueces, lenta y por tanto ineficaz a veces, pero también tenaz y contundente en ocasiones, y las denuncia cada vez más extendidas de unos cuantos medios de comunicación, no de todos, van aflorando un gran número de casos, lo que a mi entender podría ser el principio de una gran catarsis que depurara el sistema y empezara a resolver el problema, aunque el optimismo no deba llevarnos de momento a tirar cohetes. Demos tiempo al tiempo, aunque la impaciencia nos domine.
Dicho esto, añadiré que desde mi punto de vista la corrupción no está en el ADN de los políticos en general, como algunos sostienen, sino en el sistema que los acoge; o mejor dicho, en algunas piezas mal engranadas del aparato del Estado, es decir, en el funcionamiento de las instituciones. Es cierto que los partidos políticos forman parte de ese engranaje, y que por tanto es preciso ponerlos también a tono, pero eso no debe llevarnos a demonizar a las formaciones políticas como tales, sino a exigir su limpieza y depuración, es decir, la expulsión de los indeseables.
¿Se consigue eso votando a partidos que nada tienen que ver con tu propia ideología? Yo creo que no, que ese no es el camino. Lo que les está sucediendo ahora a muchos electores es que quieren castigar con sus votos a los corruptos, sin tener en cuenta a quién le dan su confianza. Lo importante para ellos es que ganen otros, sean los que sean, con tal de que no repitan los anteriores. Craso y peligroso error a mi juicio.
Los partidos políticos representan ideas, defienden modelos de sociedad, y por eso los electores votan al que consideran que mejor los representa. Son herramientas imprescindibles en democracia, una vía a través de la cual cada ciudadano intenta que sus ideas lleguen al poder para que las cosas cambien. Por eso, poco sentido tiene favorecer con tu voto o abstención a los que no te representan.
Decía hace poco en otra entrada en este blog que la investidura de Susana Díaz puede suponer la prueba que defina de una vez la tendencia política que de verdad anida en alguno de los grupos políticos de nueva aparición. ¿Se imagina alguien que un partido político que se proclama de izquierdas o de centro pueda impedir con su voto en contra la formación de un gobierno progresista? A mí no me cabe en la cabeza. Con eso lo que estarían haciendo sería favorecer al adversario político, en este caso a la derecha liberal que domina el panorama político español, que dicen querer desplazar.
Corrupción no, pero veleidades ideológicas tampoco. No perdamos de vista lo que de verdad pretendemos cuando depositamos la papeleta en la urna.
Empezaré por condenar, una vez más, la epidemia de sinvergonzonería que nos atenaza. No me cansaré de decir que lo que está sucediendo en España no sólo es inaceptable por indecente, también peligroso por lo que aporta de inestabilidad social. El sistema entero parece podrido, desde las altas instancias del Estado –incluida la Casa Real-, pasando por los partidos políticos de todos los signos, sindicatos, organizaciones empresariales, judicatura, hasta un largo etcétera que no voy a detallar porque de todos es conocido.
Afortunadamente, la labor de algunos jueces, lenta y por tanto ineficaz a veces, pero también tenaz y contundente en ocasiones, y las denuncia cada vez más extendidas de unos cuantos medios de comunicación, no de todos, van aflorando un gran número de casos, lo que a mi entender podría ser el principio de una gran catarsis que depurara el sistema y empezara a resolver el problema, aunque el optimismo no deba llevarnos de momento a tirar cohetes. Demos tiempo al tiempo, aunque la impaciencia nos domine.
Dicho esto, añadiré que desde mi punto de vista la corrupción no está en el ADN de los políticos en general, como algunos sostienen, sino en el sistema que los acoge; o mejor dicho, en algunas piezas mal engranadas del aparato del Estado, es decir, en el funcionamiento de las instituciones. Es cierto que los partidos políticos forman parte de ese engranaje, y que por tanto es preciso ponerlos también a tono, pero eso no debe llevarnos a demonizar a las formaciones políticas como tales, sino a exigir su limpieza y depuración, es decir, la expulsión de los indeseables.
¿Se consigue eso votando a partidos que nada tienen que ver con tu propia ideología? Yo creo que no, que ese no es el camino. Lo que les está sucediendo ahora a muchos electores es que quieren castigar con sus votos a los corruptos, sin tener en cuenta a quién le dan su confianza. Lo importante para ellos es que ganen otros, sean los que sean, con tal de que no repitan los anteriores. Craso y peligroso error a mi juicio.
Los partidos políticos representan ideas, defienden modelos de sociedad, y por eso los electores votan al que consideran que mejor los representa. Son herramientas imprescindibles en democracia, una vía a través de la cual cada ciudadano intenta que sus ideas lleguen al poder para que las cosas cambien. Por eso, poco sentido tiene favorecer con tu voto o abstención a los que no te representan.
Decía hace poco en otra entrada en este blog que la investidura de Susana Díaz puede suponer la prueba que defina de una vez la tendencia política que de verdad anida en alguno de los grupos políticos de nueva aparición. ¿Se imagina alguien que un partido político que se proclama de izquierdas o de centro pueda impedir con su voto en contra la formación de un gobierno progresista? A mí no me cabe en la cabeza. Con eso lo que estarían haciendo sería favorecer al adversario político, en este caso a la derecha liberal que domina el panorama político español, que dicen querer desplazar.
Corrupción no, pero veleidades ideológicas tampoco. No perdamos de vista lo que de verdad pretendemos cuando depositamos la papeleta en la urna.