12 de diciembre de 2015

Costubres, usos, hábitos, modas y modales

A la mayoría de las personas le resulta difícil seguir el ritmo de la evolución de las costumbres, sobre todo a partir de cierta edad. Todo cambia tan deprisa, que la dinámica del conjunto social arrolla al individuo. No es un fenómeno de nuestro tiempo, sino algo que sucede desde que el mundo (el del homo sapiens) es mundo y supongo que seguirá dándose hasta que éste desaparezca. No somos más lentos que cada uno de los demás componentes de la especie humana en aceptar los cambios, sino menos rápidos que la sociedad en su conjunto.

Ante este fenómeno, que resulta desconcertante y a veces turbador, caben muchas actitudes, yo diría que tantas como individuos existen. Pero para simplificar la reflexión que pretendo exponer ahora, estableceré tres grandes grupos: el de los reacios al cambio en los usos, el de los conformistas con la evolución de las costumbres y el de los que se suman de manera más o menos  entusiasta a los nuevos modos. Acepto de antemano que se trata de una sinopsis simplista de la realidad, pero insisto en que, para mi propósito aquí, esta clasificación puede servir.

En la primera de estas categorías se situarían aquellos que, considerando bueno -si no excelente- lo que ellos han practicado durante su existencia, condenan cualquier innovación. Se trata de personas de mentalidad conservadora, satisfechas o no con el mito de su propia realidad, que cuando alcanzan determinada edad no están dispuestas a cambiar sus hábitos ni a admitir, de manera intelectual, los que van apareciendo. Para ellos los cambios en las costumbres no significan nuevas modas, sino modales inaceptables. Nunca aceptarán la dinámica del grupo y pretenderán vivir de espaldas a la realidad que los rodea.

En el segundo grupo se encontrarían los que, aún con dificultades a la hora de adaptarse a las nuevas realidades sociales, admiten que el mundo siga adelante, aunque ellos ya no tengan demasiado interés en continuar alineados con los demás. Aceptarán en sus congéneres los usos y costumbres que vayan apareciendo, observarán los cambios a cierta distancia y quizá con algo de desconfianza, y sólo se sumarán a las novedades cuando estén completamente convencidos de su utilidad, si es que llegan a estarlo alguna vez. Entienden perfectamente que la dinámica del grupo tenga su propio ritmo, pero prefieren mantenerse fieles a sus hábitos.

En el tercero habría que colocar a los que permanecen atentos a las innovaciones en las costumbres, procuran no perder el hilo del cambio en los comportamientos humanos y practican a fondo unos usos a los que no quieren dar la espalda, aunque sólo sea por su novedad. Creen que hacerlo así les mantiene dentro del mundo real, además de prestarles una renovación intelectual que de otro modo perderían. Fuerzan su ritmo individual para acoplarlo al colectivo.

En el fondo de todo esto subyace, en mayor o menor medida, el íntimo y muy arraigado convencimiento individual de que cada uno de nosotros goza de alguna capacidad para modificar el ritmo del mundo. Si lo miramos desde este punto de vista, los del primer grupo –los reaccionarios al cambio- habrán llegado a la conclusión de que con su actitud personal, crítica y beligerante, todavía están a tiempo de reconducir las cosas, de devolverle al conjunto el norte perdido. Los segundo –los conformistas- pensarán que, aunque el mundo tenga derecho a disponer de su propia dinámica, como individuos prefieren mantenerse al margen y no hacer nada para modificar la inercia colectiva. Para los terceros -los entusistas-, subirse al carro de las modificaciones será de alguna manera sentir que influyen en el cambio

Hasta aquí unas reflexiones teóricas. Lo difícil empieza cuando uno intenta catalogarse dentro de alguna de estas categorías. Confieso que yo lo he intentado y no lo he logrado. Por un lado me molestan determinadas modas sobrevenidas, que considero de mal gusto; por otro acepto de buen grado que algunos practiquen nuevas costumbres, aunque que a mí me resulten extrañas; y por último, ciertas innovaciones en los usos y en las modas cuentan con mi total aprobación y hasta las sigo con entusiasmo.

Entonces: ¿para qué tanta teoría? Para reflexionar, diría yo. Es una magnífica costumbre que siempre ha existido y confío en que nunca deje de existir.

2 comentarios:

  1. Queridos Javier y Luis:
    No es una confusión es que voy a escribir el mismo comentario en ambos posts.
    Es curioso que los dos hayáis escrito una crónica con el mismo tema casi al mismo tiempo, el cambio de la costumbres, aunque una sea “teórica” y la otra “práctica”. ¿Os habéis puesto de acuerdo? Imagino que no, pero estáis preocupados por problemas semejantes.
    Como no sé si hay otros lectores como yo que sean asiduos de ambos blogs dejo en cada uno el enlace del otro. Y enhorabuena por los artículos y por la foto elegida que curiosamente en el post más positivo es negativa y en el más crítico positiva.
    Un abrazo
    Angel
    http://segunmulliner.blogspot.com.es/2015/12/modales.html

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    1. Leo el blog de nuestro amigo Javier con asiduidad. Creo que fue Voltaire (desconfío de las autorías no demostradas)quien dijo aquello de que la mente humana está formada por una amalgama de ideas de los demás, sazonada con la pimienta de las propias.

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