15 de diciembre de 2015

Las verdades del barquero

Tengo que reconocer que mi lado conservador, esa parte del subconsciente que me previene contra la vulneración de las normas de conducta establecidas, sufrió ayer una pequeña sacudida cuando oyó decir a Pedro Sánchez, en el debate con Mariano Rajoy, aquello de que usted no es una persona decente. La otra, la progresista, dio un brinco de satisfacción mal disimulada y pensó que ya era hora de que alguien se atreviera a denunciar la corrupción, con luz y con taquígrafos.

Como a pesar de todo no me quedaba tranquilo, acudí rápidamente al diccionario de la RAE, a ver si me aportaba algún indicio sobre las intenciones que se ocultaban en la mente del líder del PSOE al pronunciar aquella estruendosa frase, ya que daba por seguro que la expresión no había sido dicha al azar, sino sesudamente seleccionada entre el vasto repertorio de las posibles. Me parecía evidente que no se trataba ni de una improvisación ni de una salida de tono involuntaria.

Decente puede tener varias acepciones, que enumero a continuación.: 1) honesto, justo, debido; 2) correspondiente, conforme al estado o calidad de la persona; 3) adornado, aunque sin lujo, con limpieza y aseo; 4) digno, que obra dignamente; 5) bien portado; 6) de buena calidad o en cantidad suficiente.

Eliminadas algunas de ellas, que a simple vista parecen no encajar con la personalidad y circunstancias del destinatario de la afrenta verbal, todavía quedarían algunas dudas sobre la intención subyacente. Pero si tenemos en cuenta que la expresión estaba directamente relacionaba con la pretensión de Mariano Rajoy de repetir la presidencia del gobierno, la cosas empiezan a estar más claras y mi lado conservador más tranquilo. Quizá Pedro Sánchez quisiera decir que no es decente quien consiente, tolera o justifica la indecencia a su alrededor.

La mujer del Cesar, además de ser honesta, debe parecerlo. El señor Rajoy dijo ayer que en treinta años de política ningún juez lo había llamado a declarar. ¡Menos mal! Pero el señor Sánchez le estaba hablando de la corrupción a su alrededor, no ya sólo en las filas de su partido, sino en la cúspide del PP. Lo estaba acusando de no haber admitido ninguna responsabilidad política, de haber actuado como un don Tancredo entre los corruptos, de animar con sus SMS a quien había evadido no sé cuántos millones de euros (ya me pierdo), de haber nombrado a Rato presidente de Bankia, de autorizar obras en la sede de su partido con pagos en b, de … tantas y tantas cosas que los españoles conocen. Si hubieran sido relacionadas todas,  no hubiera habido tiempo para nada más.

Frente a esto, además de lanzar a su oponente el conjuro de que nunca se recuperaría políticamente de haber descendido al fango, entonó la canción de los ERES. Sí, señor Rajoy, un caso vergonzoso que ya veremos cómo queda al final. Pero, quede como quede, un caso de corrupción que no admite disculpas y que, de momento, ya se ha cobrado varias dimisiones; y espero y confío que más de una sentencia condenatoria. Pero, de los actuales dirigentes socialistas, ninguno está o ha estado relacionado con aquella desvergüenza, una diferencia que parece no tener usted en cuenta.

Decía el otro día un buen amigo mío en su blog que los debates sólo sirven para afianzar prejuicios. Es posible que tenga razón y que todos los que asistimos al de ayer terminemos votando lo que ya habíamos pensado, porque incluso los indecisos tienen sus preferidos, aunque digan lo contrario. Pero, suceda lo que suceda en las próximas elecciones, el debate de ayer pasará a la Historia por haberse oído en él las verdades del barquero.

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