22 de diciembre de 2015

Todos los ciudadanos hemos perdido las últimas elecciones generales

Resulta patético observar la reacción de los líderes de los partidos políticos, inmediatamente después de que se hayan conocido los resultados finales en cualquier proceso electoral. Ninguno considerará haber perdido las elecciones, sino todo lo contrario. Todos, sin excepción, asegurarán haber sido los ganadores con diferencia, por una u otra razón. Los comicios del pasado 20 de diciembre no se han librado de este fenómeno de estúpido y falso optimismo colectivo.

Si ganar unas elecciones generales significa haber alcanzado una mayoría suficiente para formar gobierno, la realidad de lo sucedido en esta ocasión es que ninguno de ellos las ha ganado. Se entiende que haya que mantener el espíritu de los votantes encendido para continuar dando batallas políticas, porque la vida continúa, pero oír a alguno de los cabezas de lista expresar sus impresiones tras el resultado electoral produce hilaridad, si no vergüenza.

Los partidos tradicionales, PP y PSOE, se han desplomado, o al menos dado un doloroso batacazo. Los emergentes, Podemos y Ciudadanos, han quedado tan por debajo de sus cacareadas expectativas, que ni con su apoyo podrán los primeros aspirar a gobernar. Detrás de estos cuatro, una nube de pequeñas formaciones, muy dispares en sus ideologías, o no alcanzan a disponer de capacidad suficiente para inclinar la balanza en uno u otro sentido, o nadie quiere adquirir compromisos con ellos en la nueva singladura, o han desaparecido del mapa parlamentario. Analizar caso por caso sería prolijo y no entra dentro del propósito que me lleva a escribir esta entrada en el blog.

¿Tan seguros estamos de que el bipartidismo sea una lacra política que haya que erradicar? La realidad con la que nos encontramos ahora es la ingobernabilidad del país. La alternancia entre dos grandes partidos tiene inconvenientes, qué duda cabe, pero la atomización no es la solución. La derecha y la izquierda se han dividido de manera artificial, sólo por afanes personalistas, por mucho que algunos pretendan justificar su rebeldía como un intento de regeneración democrática. Yo no me he creído nunca sus prédicas, y a la vista de los resultados me las creo mucho menos Lo que ha sucedido está más cerca de quítate tú para que me ponga yo, que de una entrada en la batalla política para aportar nuevas idas. La campaña en este sentido ha sido deplorable, hasta el punto de que los emergentes, en un intento de parecer más honrados que Teresa de Calcuta, han puesto en práctica  un cainismo despiadado y contra natura, abominando de los propios más que de los ajenos.

La ley electoral es mejorable, pero hoy por hoy es la que existe, y prima a las grandes formaciones políticas en detrimento de las pequeñas. Echarle la culpa a esta circunstancia ahora, es como acusar a la lluvia de haberte empapado, cuando podías haber abierto el paraguas. Si la izquierda hubiera intentado una gran alianza previa, un acuerdo inteligente de mínimos sociales y progresistas, es muy posible que hubiera ganado las elecciones, y así se habría logrado el cambio que todos dicen perseguir. Pero ni siquiera ha sido posible un pacto entre Izquierda Unida y Podemos, porque los líderes de este último partido no lo han querido, para no ceder un ápice de protagonismo político. ¡Cuándo aprenderá la izquierda!

Como no veo, porque no parecen posibles, alianzas poselectorales que garanticen la estabilidad política durante toda una legislatura, mucho me temo que habrá que acudir a unas nuevas elecciones. Pero dado el panorama político, y sobre todo las intransigencias de unos y de otros, es posible que ni así salgamos del embrollo. La actitud de los líderes emergentes, ahora envalentonados con los resultados obtenidos, no va a cambiar. Permanecerán atacando a diestra y siniestra, siguiendo una estrategia miope y sin visión de futuro, y el país continuará navegando en las aguas turbulentas de la inestabilidad.

Ni ha ganado ninguno de los partidos políticos, ni hemos ganado, como consecuencia, ninguno de los ciudadanos.

2 comentarios:

  1. “Ni ha ganado ninguno de los partidos políticos, ni hemos ganado, como consecuencia, ninguno de los ciudadanos”.

    De tu última frase, admito la primera parte, pero niego rotundamente la segunda. Estas elecciones, aunque no las haya ganado ninguno de los partidos que se presentaban gritando “vamos a ganar”, porque ninguno ha alcanzado una mayoría suficiente para formar gobierno, las hemos ganado, sin embargo, todos los ciudadanos. Por el momento, ninguno de los dos partidos que han mangoneado la política española en todos los años de democracia tiene asegurado el gobierno. Y aunque alguno de ellos consiga finalmente llevarse el gato al agua, ya no podrá gobernar de la misma manera que lo ha hecho hasta ahora. Y esa será nuestra gran victoria en las urnas. Cambiar el modo de hacer política.

    ¿No te suena distinto el lenguaje y las formas que emplean ahora tanto el PP como el PSOE? Haberlo conseguido, es haber ganado las elecciones todos. Por cierto, gracias a los emergentes, Podemos y Ciudadanos, aunque también hayan quedado muy por debajo de sus cacareadas expectativas.

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    1. Querido Alfonso, ya veremos cómo quedan las cosas al final, pero de momento siento cierta frustración. Desde mi punto de vista, para que los ciudadanos ganen las elecciones se necesita la victoria rotunda de alguna de las opciones, reacción o progreso. Y el progreso ahora lo tenía a huevo, ante un partido conservador debilitado. Pero no ha sucedido, sino todo lo contrario. Y una vez más por culpa de la pinza, de quitate tú para que me ponga yo, del tactismo a corto.
      Yo no noto, francamente, ninguna diferencia en el lenguaje que ahora utilizan los partidos, ni tradicionales ni emergentes. ¿Alguien está hablando de programas? Se habla de otras cosas, entre ellas de líneas rojas como punto de partida antes de una negociación seria y responsable, pero no de educación, sanidad, pensiones, empleo...; no se habla de las personas. Por eso no han ganado, en mi modesta opinión, los ciudanos

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