Una vez que me he desahogado en este blog publicando el artículo anterior, pretendo entrar a continuación en un análisis más detallado de cómo ha quedado, desde mi óptica personal, el panorama político en España tras las elecciones. A ninguno de los que me conocen les extrañará demasiado que empiece por preguntarme qué va a hacer ahora el PSOE, en cuya organización, por cierto, he vuelto a depositar mi confianza.
La tesitura en la que se encuentra el partido socialista en estos momentos no es nada cómoda. Es cierto que con sus 90 diputados se ha vuelto a situar el segundo en número de escaños, pero no lo es menos que un análisis detallado de la distribución del voto socialista, provincia por provincia, muestra sus debilidades. Si no fuera por la fortaleza que ha demostrado el PSOE en algunas comunidades, es posible que Podemos lo hubiera sobrepasado en número de votos y quizá en representantes en el Congreso de los Diputados, contando, claro, con las Mareas, los Compromís y los Sí que es Pot.
Sin embargo, el PSOE no deja de ser el referente en España de la socialdemocracia moderna, es decir, de la izquierda moderada, un partido que ha gobernado hasta ahora durante seis legislaturas y que, aunque con claroscuros que no voy a negar, ha significado el motor de la modernización social de nuestro país, un mérito que no le deberían negar ni sus adversarios políticos de la derecha, ni mucho menos los que se consideran progresistas.
El partido socialista se equivocaría de cabo a rabo si, al socaire de un prurito de responsabilidad de Estado mal entendida, apoyara a la derecha en sus pretensiones de formar gobierno. Si quiere ser coherente con sus convicciones, el PSOE no puede votar a favor de la investidura del señor Rajoy, ni siquiera abstenerse en la segunda vuelta. Que el PP forme gobierno con otros, si es que puede, pero no con el apoyo de los socialistas, quienes constituyen su verdadera alternativa. (Cuando voy a publicar esta entrada, ya se han producido unas declaraciones de Pedro Sanchez en el sentido que apunto. Los acontecimientos me sobrepasan)
También sería un error que Pedro Sánchez aceptara gobernar con el soporte de Podemos, de aquellos que ya le están marcando líneas rojas, algunas fuera de la legalidad que señala la Constitución, entre ellas el derecho a decidir, planteamiento inaceptable para una gran parte del electorado socialista. El PSOE, si contara con apoyos suficientes, debería gobernar con su programa, en el que por cierto figura la propuesta de modificar la carta magna, para dar cabida constitucional a determinadas aspiraciones periféricas, pero no traicionar la confianza de los que le han votado. No debe ceder a las presiones de aquellos que le exigen que cambie el rumbo y deje a un lado la moderación. Perdería su verdadera esencia y por tanto a muchos de sus cinco millones y medio de votantes, que en estos momentos constituyen una base sólida.
Desde mi punto de vista, la salida más inteligente para el PSOE en estos momentos sería la de seguir en la oposición o esperar a que se convoquen nuevas elecciones. Ya sé que a muchos votantes progresistas les resulta muy dura la idea de soportar un gobierno de la derecha neoliberal durante una legislatura más, pero en política las estrategias a corto no suelen ser las más eficaces. El electorado de izquierdas se ha dividido de forma artificial a la hora de votar, y las componendas poselectorales no son la receta más adecuada para resolver el entuerto. Podría ser que ésta fuera la ocasión para que algunos reconozcan el error que han cometido al confiar en promesas que no tienen en cuenta la realidad socioeconómica en la que España está inmersa.
Recuerdo una viñeta de Forges, hace ya bastantes años, en la que un personaje cabizbajo le decía a otro no menos abatido: van ustedes votando lo que van votando y después sucede lo que sucede. En aquella ocasión, el conocido humorista lanzaba un reproche a los centristas de la izquierda que habían dado su voto a la derecha, pero muy bien podría aplicarse ahora a los progresistas que han dado la espalda al PSOE.
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