Reconozco que estoy siendo muy poco original al referirme con este título a los cuatro presidenciables de turno, pero hoy me he levantado algo bajo de forma, y como consecuencia no he sido capaz de encontrar otro más creativo, más acorde con las verdaderas circunstancias que rodean a los que forman el cuarteto electoral. Además, en realidad son más de cuatro, aunque la crueldad de la política haya dejado a alguno de ellos completamente al margen del debate, condenado al ostracismo político. Por tanto, ni son cuatro, ni nos van a traer el apocalipsis final. Pero me quedo con este titular, para el que además he encontrado un dibujo curioso, que al menos a mí me gusta.
Todos sabemos que los candidatos no son ni el Anticristo, ni la Guerra, ni el Hambre, ni la Enfermedad, aunque si pusiéramos algo de imaginación es posible que llegáramos a establecer algunas identificaciones. Pero ese sería un ejercicio diabólico, y como tal lleno de malas intenciones, que ni siquiera voy a intentar, entre otras cosas porque sé que si fueran otros los que lo hicieran, con toda probabilidad llegarían a conclusiones distintas de las mías.
La verdad es que a mí no me acaba de gustar ninguno de ellos, ni Mariano, ni Albert, ni Pablo, ni siquiera Pedro. Creo que no dan la talla para lo que se necesita ahora, es decir, para sacar al país de verdad de la crisis económica, de la mediocridad cultural, de la pérdida de prestigio internacional y, sobre todo, para devolverle los derechos sociales perdidos. O están quemados por todas las esquinas de la responsabilidad política, o no ofrecen más atractivo que el da una sonriente juventud, o se limitan a manejar manidas propuestas que sólo atraen por la música y no por la letra, o no dicen nada que no hayan dicho antes y después no hayan sido capaces de cumplir. Me pregunto entonces: ¿a quién voy a votar en las próximas elecciones? Y me contesto a continuación: olvídate de las personas y piensa en las ideas, en el modelo de sociedad en el que quisieras vivir y que vivan tus hijos, y compáralo con el que defiende cada uno de los Jinetes del Apocalipsis.
Lamentablemente, los comicios en España se han convertido en una elección de personas y no de ideas, algo que no estaba en la intención de los que diseñaron nuestro sistema electoral. Con frecuencia olvidamos que en realidad lo que elegimos no son líderes, sino programas políticos, respaldados, no por una sola persona, sino por organizaciones comprometidas con las ideas que encierran los programas. Nos inclinamos por políticas de derechas o de izquierdas; por el conservadurismo o por el progreso; por la austeridad a ultranza o por las políticas sociales; por continuar manteniendo los privilegios de unos pocos o por reducir las desigualdades, proteger los derechos individuales y mantener la cultura en el lugar que le corresponde. Pero a veces parece como si todo eso lo olvidáramos
Por eso, si bien es inevitable que la valoración del líder influya en el proceso de decisión, no puede ni debe ser el principal condicionante para el elector. Ya he dicho que a mí no me gusta del todo ninguno de los cuatro. Pero cuando me centro en el terreno de las ideas, mis dudas desaparecen, porque entonces lo que hago es comparar la alternativa que siempre he defendido con las otras; valorar, cuando existen, los antecedentes de cada partido; reflexionar sobre lo alcanzable que defienden unos y las utopías que pregonan otros. En definitiva separar el polvo de la paja.
Cuando hago eso, empiezo a notar que la esperanza retorna a mi estado de ánimo, a recuperar la confianza en los programas que sigo defendiendo y a olvidar, o al menos a valorar en su justa medida, a las personas. Porque, no lo olvidemos, los líderes no son más que meros instrumentos circunstanciales y las ideas constituyen las razones últimas que nos deben mover a la hora de votar.
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