He oído decir esta mañana en la radio que Ciudadanos ha empezado a rebajar el nivel de las exigencias que esgrimía para llegar a pactos con otras formaciones. Parece que la que se refería al requerimiento de celebrar primarias ya no forma parte de su ideario ético, lo que a nadie puede sorprender si se tiene en cuenta que el PP, su más que posible aliado en el futuro inmediato, nunca ha estado por la labor de someter el nombramiento de sus candidatos a la opinión de los militantes, entre otras cosas porque estas maneras de participación interna no forman parte del ADN político de los populares.
Creo, por tanto, que la formación de Albert Rivera empieza a quitarse la careta. En honor a la verdad debería decir que el disfraz centrista con el que se han cubierto durante la campaña electoral ha despistado a pocos. Quienes procedentes de la derecha de toda la vida han votado a esta nueva derecha sabían, en su inmensa mayoría, lo que estaban haciendo. Vaya por delante mi respeto por su decisión, porque tienen derecho a seguir siendo conservadores, aunque le hayan dado la espalda por hartazgo a los que votaban hasta ahora. No me duelen prendas en reconocer que hay maneras y maneras, y desde luego las de Ciudadanos y las del PP son distintas.
Ha habido sin embargo un grupo más reducido de votantes que ha creído ver en este partido emergente una socialdemocracia de carácter moderado, antiguos simpatizantes del PSOE, cansados de algunos de sus manejos. Éstos sí que se han equivocado, porque han creído que seguían siendo fieles a sus ideas de izquierda y, sin pretenderlo, con su voto están apoyando a la derecha de siempre. Creían que votaban a un centro capaz de llegar a acuerdos con la izquierda moderada, algo que la cruda realidad desmiente minuto a minuto.
Ya he confesado en varias ocasiones mi preferencia intelectual, que no adscripción militante, a la corriente socialdemócrata europea, una ideología que en mi opinión en España encarna el PSOE. El nuevo panorama político, el que han dibujado las elecciones locales en España, parece colocar a este partido en el centro del nuevo espectro político que se acaba de inagurar. Quizá sea pronto para verlo, ya que todavía no se conocen las alianzas a las que pueda llegar el Partido Socialista con Podemos o con sus afines, ese batiburrillo de nombres exóticos, cuyas intenciones programáticas aún no están claras para mí, aunque no ponga en duda, como hacen otros, que encajen perfectamente dentro de la Constitución.
Si el PSOE fuera capaz de aglutinar a su alrededor gobiernos de progreso, sin desviarse de la moderación socialdemócrata, me sentiría satisfecho, porque es la única formación que, desde mi punto de vista, puede poner freno a los abusos del capitalismo galopante y defender, con ciertas probabilidades de éxito, los derechos sociales de los españoles. Pero si la corriente impetuosa de esa nueva izquierda que ha aparecido en España desbordara la moderación y arrastrara al partido de Pedro Sánchez hacia aventuras utópicas, hacia intentos demagógicos de alcanzar lo inalcanzable, me vería obligado a reconocer mi frustración, que estoy seguro compartiría con muchos de los que todavía siguen confiando en la socialdemocracia como solución a las, cada vez mayores, desigualdades de oportunidades que asolan nuestro país.
Iremos viendo.
Creo, por tanto, que la formación de Albert Rivera empieza a quitarse la careta. En honor a la verdad debería decir que el disfraz centrista con el que se han cubierto durante la campaña electoral ha despistado a pocos. Quienes procedentes de la derecha de toda la vida han votado a esta nueva derecha sabían, en su inmensa mayoría, lo que estaban haciendo. Vaya por delante mi respeto por su decisión, porque tienen derecho a seguir siendo conservadores, aunque le hayan dado la espalda por hartazgo a los que votaban hasta ahora. No me duelen prendas en reconocer que hay maneras y maneras, y desde luego las de Ciudadanos y las del PP son distintas.
Ha habido sin embargo un grupo más reducido de votantes que ha creído ver en este partido emergente una socialdemocracia de carácter moderado, antiguos simpatizantes del PSOE, cansados de algunos de sus manejos. Éstos sí que se han equivocado, porque han creído que seguían siendo fieles a sus ideas de izquierda y, sin pretenderlo, con su voto están apoyando a la derecha de siempre. Creían que votaban a un centro capaz de llegar a acuerdos con la izquierda moderada, algo que la cruda realidad desmiente minuto a minuto.
Ya he confesado en varias ocasiones mi preferencia intelectual, que no adscripción militante, a la corriente socialdemócrata europea, una ideología que en mi opinión en España encarna el PSOE. El nuevo panorama político, el que han dibujado las elecciones locales en España, parece colocar a este partido en el centro del nuevo espectro político que se acaba de inagurar. Quizá sea pronto para verlo, ya que todavía no se conocen las alianzas a las que pueda llegar el Partido Socialista con Podemos o con sus afines, ese batiburrillo de nombres exóticos, cuyas intenciones programáticas aún no están claras para mí, aunque no ponga en duda, como hacen otros, que encajen perfectamente dentro de la Constitución.
Si el PSOE fuera capaz de aglutinar a su alrededor gobiernos de progreso, sin desviarse de la moderación socialdemócrata, me sentiría satisfecho, porque es la única formación que, desde mi punto de vista, puede poner freno a los abusos del capitalismo galopante y defender, con ciertas probabilidades de éxito, los derechos sociales de los españoles. Pero si la corriente impetuosa de esa nueva izquierda que ha aparecido en España desbordara la moderación y arrastrara al partido de Pedro Sánchez hacia aventuras utópicas, hacia intentos demagógicos de alcanzar lo inalcanzable, me vería obligado a reconocer mi frustración, que estoy seguro compartiría con muchos de los que todavía siguen confiando en la socialdemocracia como solución a las, cada vez mayores, desigualdades de oportunidades que asolan nuestro país.
Iremos viendo.