Mapa antiguo de la península Ibérica |
Tomo el título del lúcido artículo de Antonio Muñoz Molina que publicó El País hace ya algún tiempo, concretamente el 1 de octubre del 2007, cuyo contenido a mi entender no sólo no ha perdido vigencia, sino que en estos momentos resultaría aún más oportuno que entonces, si cupiera hacer esta precisión.
Arremetía el novelista contra el patriotismo escénico de algunos, el que “conduce a las afecciones de garganta y a un incremento peligroso de la tensión arterial, así como a la recuperación de impulsos ancestrales tan nobles como el escrutinio de la limpieza de sangre y las hogueras purificadoras”.
Lo relevante de este artículo, en mi opinión, era que situaba en el mismo terreno de la crítica a la ultraderecha española y a los separatistas vascos o catalanes. A unos y a otros les atribuía intolerancia, dogmatismo y radicalidad, y los acusaba de defender “patrias guturales”, porque sus posiciones extremistas dificultan el entendimiento entre los españoles y convierte un litigio resoluble en enfrentamiento enconado, en cuanto a que las posiciones alborotadas de unos pocos contagian a otros muchos, lo que radicaliza la situación hasta convertirla en un conflicto peligroso para todos.
El cada vez más difuso concepto de patria –no por degeneración de su esencia, sino por evolución hacia integraciones supranacionales- no puede ni debe éticamente basarse en la exclusión de unos frente a otros. La patria no es una entelequia metafísica, sino que por el contrario debe ser concurrencia de personas con ideas distintas, que pueden o no haber compartido un pasado común, pero que en cualquier caso se afanan en construir un futuro en armonía. La patria debe significar futuro, no pasado.
Ni los Dos de Mayo, ni los Once de Septiembre, ni las efemérides gloriosas (sólo para unos) hacen patria. La patria se hace mirando hacia adelante, sin que el recuerdo del pasado pueda entorpecer el progreso hacia el futuro. A eso es a lo que debería llamarse “hacer patria”, porque la patria nunca está hecha del todo, hay que ir construyéndola día a día, sin complejos provincianos, sin ataduras anecdóticas, sin remilgos antropológicos.
Ser patriota no es gritar eslóganes ni vestir con los colores de la bandera española o de las banderas separatistas. Ser patriota significa sentirse incluido en un colectivo que quiere compartir un futuro. Ser patriota comporta un sentido de la igualdad y de la solidaridad, que no excluye a nadie por mantener ideas distintas.
Sólo así y nada más que así debería seguir hablándose de patria, pero con serenidad y sin exclamaciones guturales.
Arremetía el novelista contra el patriotismo escénico de algunos, el que “conduce a las afecciones de garganta y a un incremento peligroso de la tensión arterial, así como a la recuperación de impulsos ancestrales tan nobles como el escrutinio de la limpieza de sangre y las hogueras purificadoras”.
Lo relevante de este artículo, en mi opinión, era que situaba en el mismo terreno de la crítica a la ultraderecha española y a los separatistas vascos o catalanes. A unos y a otros les atribuía intolerancia, dogmatismo y radicalidad, y los acusaba de defender “patrias guturales”, porque sus posiciones extremistas dificultan el entendimiento entre los españoles y convierte un litigio resoluble en enfrentamiento enconado, en cuanto a que las posiciones alborotadas de unos pocos contagian a otros muchos, lo que radicaliza la situación hasta convertirla en un conflicto peligroso para todos.
El cada vez más difuso concepto de patria –no por degeneración de su esencia, sino por evolución hacia integraciones supranacionales- no puede ni debe éticamente basarse en la exclusión de unos frente a otros. La patria no es una entelequia metafísica, sino que por el contrario debe ser concurrencia de personas con ideas distintas, que pueden o no haber compartido un pasado común, pero que en cualquier caso se afanan en construir un futuro en armonía. La patria debe significar futuro, no pasado.
Ni los Dos de Mayo, ni los Once de Septiembre, ni las efemérides gloriosas (sólo para unos) hacen patria. La patria se hace mirando hacia adelante, sin que el recuerdo del pasado pueda entorpecer el progreso hacia el futuro. A eso es a lo que debería llamarse “hacer patria”, porque la patria nunca está hecha del todo, hay que ir construyéndola día a día, sin complejos provincianos, sin ataduras anecdóticas, sin remilgos antropológicos.
Ser patriota no es gritar eslóganes ni vestir con los colores de la bandera española o de las banderas separatistas. Ser patriota significa sentirse incluido en un colectivo que quiere compartir un futuro. Ser patriota comporta un sentido de la igualdad y de la solidaridad, que no excluye a nadie por mantener ideas distintas.
Sólo así y nada más que así debería seguir hablándose de patria, pero con serenidad y sin exclamaciones guturales.