10 de febrero de 2015

Viajar como las maletas



Recuerdo que mi suegro, una persona por la que yo sentía un gran afecto y que murió hace ya mucho tiempo y a una edad muy temprana, solía decir con cierta frecuencia que hay quien viaja como las maletas. Se refería a quienes no prestan atención al itinerario, porque lo único que les preocupa es llegar a su destino. Lo demás para ellos es absolutamente secundario.

En aquella época, cuando viajábamos en coche lo hacíamos con la ayuda de algún mapa, uno de esos magníficos desplegables de los que yo aún me sirvo de cuando en cuando, porque me permiten disponer de una visión de conjunto que me ayuda a situarme geográficamente, algo que no logra transmitirme la fría pantalla del ordenador, herramienta que también utilizo, sólo a efectos de calcular distancias y medir tiempos.

En nuestros días, cuando la mayoría de las personas viajamos con la ayuda de un navegador, la falta de interés por el trayecto que se recorre se ha agudizado. No hace mucho alguien me contaba que había visitado un país colindante con España y no recordaba los pasos de frontera que había cruzado. Le sonaba haber salido de nuestro país por un lugar determinado, pero no recordaba el de regreso. Qué más da, pensaría, había reservado habitación en un hotel concreto, situado en una precisa localidad, y lo único que le preocupaba era llegar sin problemas a la dirección que había cargado en su GPS y después regresar a casa sin desviarse de la ruta trazada.

Entre mis aficiones más queridas figura la de viajar. A mi entender, un viaje no es sólo una actividad lúdica, que por supuesto lo es, también una ocasión para obtener nuevos conocimientos y experiencias. Los viajes deben empezar bastante antes de la partida mientras se preparan, continúar más tarde con el traslado a los lugares elegidos, desplazamientos en los que hay que procurar no perderse un solo pormenor, seguir después con las visitas programadas o improvisadas y no darlos por finalizados hasta el regreso a casa o, mejor dicho, hasta algún tiempo después, porque se debe sacar todo el jugo posible a lo visto y experimentado, ahondando en detalles o simplemente recordando lo vivido.

Recuerdo que cuando viajaba por razones de trabajo, con bastante frecuencia y a diferentes lugares, los traslados en taxi, las esperas en los aeropuertos o en las estaciones de ferrocarril, por mucha incomodidad que supusieran, para mi formaban parte de un viaje que, aunque obligado en estos casos por razones profesionales, procuraba disfrutar hasta en sus más mínimos detalles. Al fin y al cabo se trataba de un desplazamiento a una ciudad distinta de la mía habitual y siempre había cosas nuevas que ver y experiencias desiguales a las acostumbradas que disfrutar.

Ahora mis viajes son distintos, entre otras cosas porque busco una comodidad que quizá antes no tuviera tanto en cuenta, pero no han variado nada respecto al intento de disfrutar de cada una de las etapas, incluidos entre ellas los desplazamientos. Por eso, cuando observo que alguien para trasladarse de Madrid a San Sebastián, sólo es un ejemplo, conecta el navegador y no lo pierde de vista en todo el trayecto, me quedo sorprendido por la falta de atención que presta a los detalles que van surgiendo frente a él, mucho más si además se pasa el viaje comentando los maravillosos gráficos que le muestra la pantalla o las extraordinarias explicaciones que va  dándole la insulsa y entrecortada voz de la narradora.

Los navegadores, que yo uso cuando de verdad los necesito, tienen una utilidad muy concreta, la de guiarte en encrucijadas que ofrezcan alguna dificultad de elección. Pero utilizarlos sistemáticamente a lo largo de un recorrido largo por carretera se me antoja inútil, sobre todo si va en perjuicio de la atención al recorrido.

 Mi suegro, que no conoció los navegadores, si viera hoy a algunos de sus usuarios diría lo mismo que decía entonces: hay quien viaja como las maletas.

5 comentarios:

  1. " busco una comodidad que quizá antes no tuviera tanto en cuenta,".
    Luis, es que donde esté un Sheraton...
    Angel

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  2. Efectivamente, yo mismo me encuentro entre quienes para visitar un país colindante -léase Portugal- utilizo el GPS porque, pese a sus defectos innegables, me ofrece la seguridad de que llegaré a mi destino sin muchos rodeos. A cambio, soy de esos a los que no se les ocurriría viajar a Estambul o Alaska con el GPS y tampoco me perderé habitualmente cuando visite a amigos en la ciudad. Todo tiene su lado bueno y su lado malo (ya sabes, todo eso del yin yang), pero también soy de los que no desprecia ningún avance tecnológico sin conocerlo a fondo, además, ya he escrito varias veces a los señores de Tom Tom para que rectifiquen errores en sus planos, por aquello de ayudar a los demás.

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    1. Muliner, estamos de acuerdo en varias cosas. En primer lugar en no viajar a Alaska con GPS y en segundo en no despreciar los avances tecnológicos. A lo que yo me refiero en esta entrada es al uso abusivo de los mismos.

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  3. "A lo largo de mi vida he visto tanta liebre correr sin sentido que prefiero ser tortuga y disfrutar del recorrido."Cuca.

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  4. Una vez me perdí haciendo el Camino de Santiago (no diré en qué tramo ni en qué fechas, para no dar pistas sobre las personas involucradas en este relato, a las que quiero conservar en el anonimato). No llevaba GPS, a pesar de que me lo habían recomendado, por no llevar más peso del estrictamente necesario (ya se sabe que para hacer el Camino de Santiago a pie lo más recomendable es ir lo más ligero de equipaje que puedas), tampoco llevaba un plano, por la misma razón anterior, sólo me guiaba por los mapas que había a lo largo del camino, y por las indicaciones de las gentes de los lugares y de otros peregrinos.
    He hecho el Camino en varias ocasiones, siempre solo, porque siempre aplico la primera regla: cuanto más ligero de equipaje mejor. Pues bien, como decía, en una ocasión me perdí. Por querer acortar el camino cogí a través de un monte selvático, enmarañado. Para comer sólo llevaba unos dátiles y una cantimplora con agua. Al principio de la mañana iba estupendo, hablaba con los árboles y de vez en cuando me tropezaba con un compañero alemán que aparecía y desaparecía de mi camino cada vez que procurábamos entablar infructuosamente cualquier tipo de conversación. A las tres de la tarde y bajo un calor sofocante me tumbé balo los pinos y me eché una siesta reparadora. Olía a sándalo el monte, qué fragancia, pero tenía hambre, cuando vi pasar a dos peregrinas...
    Lo demás lo dejo en suspenso, pero me alegré de no haber llevado GPS. Las peregrinas me enseñaron el Camino.

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