11 de febrero de 2015

De Margarito a director general



Hace un par de días tuve ocasión de contemplar una película de nacionalidad sueca, en versión original subtitulada, que se titula en español “La reunión”. Ignoro si esta obra cinematográfica ha llegado a estrenarse en los circuitos comerciales convencionales, porque yo la vi en un canal especial de televisión. Su directora, Anna Odell, una mujer que rondará los cuarenta, es, además de la intérprete principal, el personaje real protagonista de la historia que se narra.

El argumento trata de una reunión de excompañeros de instituto, que veinte años después de acabar sus estudios se citan con la finalidad de compartir algunas horas durante una cena. El discurso demoledor de una de las antiguas alumnas, en el que acusa de intimidación y acoso a sus condiscípulos, provocará en el grupo un molesto desasosiego al principio, que se convertirá más tarde en violenta reacción colectiva para expulsarla del lugar donde se encuentran.

No pretendo hacer ahora una crítica cinematográfica de esta película, que recomiendo a los aficionados al buen cine, sino meditar sobre ese fenómeno que algunos llaman “bullying” escolar, manifestación reprobable del comportamiento humano que, por cierto, siempre ha existido.

Hace ya muchos años, después de haber transcurrido veinte desde que terminé el preuniversitario, asistí a una comida de antiguos alumnos de mi curso. Debíamos rondar por aquel entonces los treinta y muchos, de manera que se suponía que todos habíamos encauzado nuestras vidas profesionales, unos con mayor éxito que otros. Cuando elegí una silla al azar e iba a sentarme a la mesa, uno de mis compañeros, que no reconocí al principio, se acercó a mí, me dio un abrazo efusivo y tomo asiento a mi lado.

-Soy Margarito -me dijo sonriente-, no pongas esa cara de sorpresa. ¿No te acuerdas de mí? Sí, hombre, el chiquilicuatre de la clase.

De repente caí en la cuenta de que aquel hombre, de casi uno noventa de altura y aspecto deportivo, que vestía impecablemente y se comportaba con una desenvoltura que evidenciaba seguridad en sí mismo, no era otro que el escuchimizado Margarito, bajo y enclenque, de voz aflautada y comportamiento timorato, que por culpa de la constante intimidación de los gallitos de la clase, secundados ciegamente por la mayoría de los demás, había pasado un infierno escolar durante varios años, auténtico calvario que se vio obligado a soportar con la mejor de sus actitudes.

El Padre Prefecto, que asistió a la comida y nada más llegar nos exigió que le llamáramos David a secas -¡quién te ha visto y quién te ve!-, pidió a los postres que cada uno de nosotros hiciera una pequeña exposición de su situación laboral en aquel momento, por si alguno de sus antiguos compañeros podía aprovechar de algún modo sus experiencias. Cuando le tocó el turno a Margarito, resultó ser el que mejor carrera profesional había hecho hasta entonces de todos nosotros. Aquel timorato de los años escolares ocupaba ahora la Dirección General en España de una conocida multinacional de las comunicaciones.

Lo que vino a continuación podría figurar en una antología de la hipocresía humana. Después del postre, durante la larga copa posterior, muchos de los asistentes a la comida fueron pasando por donde se sentaba Margarito –ahora todo el mundo le llamaba por su verdadero nombre de pila- para alabarle sus éxitos profesionales y, de paso, pedirle su número de teléfono.

La película del otro día me ha hecho recordar esta anécdota, que tenía escondida en un rincón de la memoria. Margarito, como Anna Odell en su galardonada obra cinematográfica, había sufrido las consecuencias de un injusto acoso escolar. Dos ejemplos de víctimas de la crueldad juvenil que, en vez de acabar en tragedias humanas como en tantos otros casos, habían resultado por fortuna sendos éxitos profesionales.

1 comentario:

  1. Luis, has elegido dos ejemplos que como dices acabaron bien. Pero el mensaje debería ser que la mayoría de las veces acaban mal. Yo sé de lo que hablo, porque en cierto modo sufrí las matonadas de unos cuantos chulos de la clase. Lo superé, pero pasándolo muy mal. Y no lo olvido.

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