Llamo virus del lenguaje a esas expresiones incorrectas que de repente hacen su aparición entre los hablantes, se mantienen durante algún tiempo en el escenario de la comunicación oral y al cabo de un tiempo desaparecen. Les doy esa arbitraria denominación porque suelen hacer acto de presencia como mutaciones de palabras o locuciones que ya existían y porque son además altamente contagiosas.
En una ocasión me propuse escribir un ensayo sobre este asunto y analizar una a una las que fuera detectando. Pero enseguida me rendí, porque eran tantas que nunca hubiera conseguido relacionarlas todas. No obstante, como consecuencia de aquel trabajo, dispongo de una amplia lista que quizá poco a poco vaya analizando en este blog a partir de ahora.
Hoy voy a referirme sólo a un par de ellas. La primera es la frecuente confusión entre los verbos oír y escuchar. Oímos lo que percibimos con el sentido del oído y escuchamos cuando prestamos atención a lo oído, dos acciones muy distintas, dos verbos de usos completamente diferentes.
En un telediario de esta mañana, la sonriente presentadora nos ha informado de que en Ucrania, a partir de cierta hora, han dejado de escucharse cañonazos como consecuencia del alto el fuego. Señorita, por favor, diga usted que han dejado de oírse, porque no creo que nadie tuviera ganas de estar prestando atención a una melodía tan dramática.
No hace mucho, otro presentador, en este caso varón, le decía a un corresponsal que transmitía desde algún lugar conflictivo y la comunicación entre ellos se interrumpía de cuando en cuando, que lamentaba tener que dar paso a otra información porque no lo escuchaba bien. Me quedé perplejo, porque me pareció una enorme falta de delicadeza que manifestara en antena que se negaba a prestar atención a lo que decía su esforzado compañero.
El genial Fernando Lázaro Carreter contaba en uno de aquellos extraordinarios artículos periodísticos que escribió sobre el uso correcto del idioma, que una vez alguien le dijo que no lo escuchaba bien por teléfono y estuvo a punto de contestarle que prestara más atención.
Es verdad que para escuchar hay que oír, o al menos intentarlo, pero se puede oír sin escuchar. Se oyen truenos, se oyen cañonazos, se oyen ruidos molestos, pero no se suelen escuchar. Se oye la radio y a veces incluso se escucha. Por eso, aunque la intención de los que llaman escuchantes a los oyentes sea buena, a mí me parece una palabra innecesaria, incluso me atrevería a decir que algo cursi. Con oyentes basta, porque, como acabamos de decir, para escuchar hay que oír.
Otro virus es la expresión “lo que es”, que algún ministro utiliza hasta la saciedad. Ha bajado lo que es la prima de riesgo, dice, cuando en realidad quiere decir ha bajado la prima de riesgo. A qué añadir esa innecesaria locución. Quizá porque le parezca más erudita.
Pero no sólo ministros, también locutores, presentadores, tertulianos y tantos otros profesionales de la comunicación utilizan este latiguillo constantemente para adornar sus rebuscadas frases, posiblemente, como digo, porque les resulten así más redondas y llenas de contundencia dialéctica.
Error, craso error. Es una expresión incrustada entre otras que no aporta ningún significado añadido a las frases. Es una locución totalmente inútil. Es una incorrección lingüística. Es un virus del lenguaje.
Volveré a mencionar estos temas en alguna otra ocasión.
Me gustaría completar o al menos lo voy a intentar desde mi humilde punto de vista, esta reflexión del lenguaje oral con el escrito ya que muchas veces escribimos como hablamos, es más, la RAE a veces, admite palabras que hemos ido introduciendo su uso sin apenas darnos cuenta al comunicarnos unos con otros y lo enviciándolo progresivamente, otras veces, utilizamos anglicismos por que nos parece que suena mejor, nada más lejos de la verdad y vamos intoxicando nuestro idioma con estos virus o vicios que adquirimos.Decimos vicios, no incorrecciones gramaticales, si bien la frontera entre vicio e incorrección no siempre es nítida. Los escritos de carácter expositivo, es decir, las redacciones de carta, informes así como otros documentos, descripciones, narraciones, diálogos, etc,no tienen por qué ser "necesariamente" literarios, ya que no se persigue un fin estético aunque los vicios más frecuentes son de estilo como por ejemplo la repetición de una misma palabra o expresión, parece obvio pero en realidad no lo es, los telediarios por ejemplo están repletos en la redacción de sus noticias otras cuestiones de estilo podrían ser las cacofonías en la acumulación de adverbios en -mente, la pobreza léxica debido, sin duda, a un acervo léxico limitado teniendo como consecuencia en muchos casos la adjetivación inexpresiva,(de esto precisamente se les acusa a los escritores españoles, yo no estoy totalmente deacuerdo pero podría ser un tema para debatir...). Actualmente los escritores tienden más a la sobriedad y la sencillez que antiguamente que se inclinaban hacia la grandilocuencia o el retoricismo quizás la respuesta esté en las exigencias estilísticas por parte de los lectores, de cualquier forma las técnicas de escritura evolucionan con el tiempo, pienso que no hay que confundir la naturalidad y sencillez con un lenguaje vulgar, por otro lado, la sencillez no tiene por qué ser incompatible con la elegancia, se puede ir vestido con sencillez y elegantemente al mismo tiempo.
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