Desde hace ocho años asisto periódicamente a una tertulia, integrada por un grupo de amigos que nos reunimos con una frecuencia media que podría estimarse en una vez cada tres semanas. Desde entonces lo hacemos en el mismo lugar y a la misma hora, siguiendo un protocolo, que nadie encontrará escrito en ningún estatuto: café a las once, aperitivo sobre la una y media, comida hacia las dos y fin de fiesta entre las cuatro y cuatro y media de la tarde. Y a partir de ahí cada mochuelo a su olivo.
El grupo está formado por hombres y mujeres, de tal forma que desde sus orígenes los integrantes hemos tratado de huir de tópicos sexistas, a diferencia de tantos grupos masculinos o femeninos que se reúnen para tratar temas supuestamente ligados a uno u otro de los dos sexos, admitiendo que existan asuntos de esa índole.
Además nuestra tertulia no tiene adjetivo, no es ni literaria, ni política, ni religiosa, ni artística, ni de ninguna de las ramas del saber o de las ideologías, simplemente nos reunimos de vez en vez para hablar de las cosas que suceden a nuestro alrededor, que no son pocas.
Lo anterior no significa, ni mucho menos, que nuestras reuniones carezcan de valor intelectual, en primer lugar porque en ocasiones contamos con la presencia de algún invitado que nos instruya en determinado conocimiento o nos hable de alguna de sus experiencias y en segundo porque en otras es alguno de nosotros quien da un paso al frente y prepara algún tema en el que se sienta seguro y desee compartir con los demás.
Se trata además de un colectivo variopinto en mentalidades y comportamientos humanos, que otorga a cualquier debate un valor inestimable, el que emana del contraste de opiniones entre gente que presume de civilizada y tolerante, porque en definitiva ante cualquier controversia prevalece la amistad, que es lo que de verdad nos une.
La tertulia ha pasado por distintos avatares, y aunque en alguna ocasión parecía que pudiera estar a punto de extinguirse por cansancio, fatiga o tedio de los asistentes, la inteligencia colectiva ha sabido superar las dificultades ocasionales y continuar adelante.
No he dicho nada de la edad de los asistentes, pero creo que debo aclarar este punto para que se entienda bien al colectivo. Todos, salvo alguna bienaventurada excepción que otorga prestancia juvenil al conjunto, hemos superado los sesenta y cinco, algunos los setenta. Se trata por tanto de un colectivo que poco a poco va perdiendo lozanía, pero que intenta no perder capacidad mental ni mucho menos las ilusiones.
Pero quizá de todo lo que acabo de mencionar lo más significativo sea la amistad que nos une, apego que en determinados casos goza de una larga trayectoria, ya que algunos somos amigos desde esa edad en la que se forja la personalidad del ser humano, y todos, sin excepción, desde hace ya muchos años. La tertulia sirve para obligarnos a mantener un contacto frecuente, necesario para conservar los afectos, que de otra manera se irían apagando por falta de comunicación, porque la trayectoria vital del hombre tiende al aislamiento, no sólo por evidentes causas físicas, también por razones psicológicas.
Así es nuestra tertulia y así espero que lo siga siendo muchos años más, hasta que el cuerpo, la mente y sobre todo las ilusiones resistan.