Hace algún tiempo asistí con mi mujer a una boda. Durante la comida compartimos mesa con unos conocidos, dos matrimonios con los que mantenemos una relación superficial, de esas de conveniencia protocolaria, lo que no significa que no exista cordialidad en el trato que nos dispensamos. Pero aunque la amistad que nos une sea poco profunda, esa circunstancia no impide que cada uno de nosotros conozca cuál es la posición ideológica de los otros, en cualquiera de sus aspectos. La de ellos quizá la descubra el lector si continúa leyendo esta anécdota.
En un momento de la conversación surgió una complicada temática sobre los esfuerzos que realizan los científicos para investigar las causas y poner remedio a determinadas enfermedades, concretamente al cáncer. La discusión transcurría por cauces yo diría que civilizados, porque aunque no todos estuviéramos de acuerdo en todo, al menos existía el común denominador de reconocer que cuanto más se avance en esta materia mejor le irá a la humanidad.
He dicho que transcurría por cauces civilizados, pero sólo hasta que a mí se me ocurrió mencionar el SIDA para señalar uno más de los frentes que la sociedad de nuestro tiempo tiene abiertos y reclamar el mismo esfuerzo por parte de los científicos para erradicar esta terrible lacra. A partir de ese momento se creó en la mesa una cierta tensión, que percibí primero por el cambio de semblante de nuestros interlocutores y más tarde por sus argumentaciones, que podrían resumirse en que una cosa es una enfermedad y otra el castigo divino que se merecen los pecadores, aunque dicho con palabras sinuosas y argumentaciones sofisticadas.
Me cogió tan de sorpresa que no daba crédito a lo que oía. Recuerdo que hubo un momento en el que llegué a pensar que debía de haber dicho alguna palabra o frase desafortunada, porque de las aguas tranquilas de unos minutos antes habíamos pasado a otras turbulentas, sin que mi capacidad de razonamiento fuera capaz de discernir por qué.
Como no quería que las cosas fueran a más, decidí soslayar el debate en la medida de lo posible y dirigir la conversación por otros derroteros, lo que a decir verdad no supuso un gran esfuerzo, porque los demás fueron poco a poco recobrando la calma dialéctica. Al fin y al cabo se trataba de personas muy educadas y con mucha mundología a cuestas.
Muchas veces desde entonces he recordado esta anécdota, que a mi entender pone de manifiesto hasta qué punto determinadas visiones de la moral pueden llegar a condicionar el pensamiento humano en un sentido perverso. Las personas con las que compartí mesa y conversación aquel día, a las que reconozco sobradas cualidades humanas para ocupar en la sociedad puestos de responsabilidad, rechazaban de manera categórica que los enfermos de SIDA tuvieran derecho a la misma atención que la que reciben los que padecen cualquier otra enfermedad, y lo hacían porque sus principios religiosos recusan las causas que suelen producir el contagio de este virus.
Hola Luis me vuelves a sorprender con algún tema que tratas en tu blog. Ya sabemos que hay personas que se agarran de forma enfermiza al gran señor que nos cuida y nos castiga cuando nos desviamos del camino pulcro y recto que hace milenios según parece nos señaló.
ResponderEliminarAl padre de un amigo mío, médico de profesión, en el transcurso de una operación que le estaban practicando en el Hospital de Valdecilla de la ciudad de Santander, el gran señor le castigó con esta enfermedad que le llevaría a la muerte. Seguro que se había portado muy mal en la vida y el todopoderoso fue el que eligió la bolsa de sangre contaminada.
Al parecer el castigo se les infringe a quiénes rodean al pecador, ya que son los que tienen que subsistir buscándose la vida. QUE GRAN DIOS!!!!!
Mi conclusión es que cuanto mas mísero es el ser humano más busca justificaciones divinas. Todos a rezar que así el mal se va a acabar. Como dice una muy buena amiga mía" JAAAAAAA""".
Proviniendo de una familia materna religiosa, tres tías monjas y un tio cura(amen),puedo asegurar que no todos son de esta forma de pensar porque sino pobres espaldas de los pecadores que no pudieran permitirse pagar la bula.
Muchos saludos Luis
Jorge