8 de enero de 2015

Estados y naciones

-¿Por qué los responsables de controlar la situación han dejado que las cosas lleguen al extremo que han llegado en las relaciones entre Cataluña y el resto de España? –preguntó alguien en una tertulia en la que yo estaba presente.

-Porque existen intereses partidistas en los dos lados del debate que favorecen que las cosas vayan por los derroteros que están yendo –contestó uno de los tertulianos.

-De acuerdo, eso puedo entenderlo –continuó el primero-. A río revuelto ganancia de pescadores, para unos, y ya estoy yo aquí para arreglar la felonía de los separatistas, para otros. ¿Pero cómo es posible que tanta gente en uno y otro lado de la controversia acepten lo que les cuentan sus líderes?

-Por desconocimiento de la realidad de nuestro país –dijo el que parecía tener respuesta para todo.

-Esto último no lo entiendo -prosiguió el tertuliano inquieto-. ¿Desconocimiento de qué? ¿A qué realidad te refieres? Yo creo que la mayoría de los españoles saben muy bien de qué estamos hablando cuando se plantea la separación de una de las partes de su país.

-Es posible que llegados al extremo de hablar de independencia nadie tenga la menor duda de qué estamos hablando -aclaró el interlocutor-. Ese es un concepto tan concreto que admite pocas interpretaciones. Lo que sucede es que hasta llegar ahí se han tenido que cruzar muchos Rubicones. Y en esos pasos previos el desconocimiento de causa ha dominado la escena y ha permitido que se formen opiniones tan encontradas.

-Explícate, por favor –insistió el primero, con cierto tono de escepticismo-. Sigo sin entender.

-Verás –no tardó en contestar el otro-. Muchos españoles, catalanes o no, o niegan la identidad de Cataluña o no la entienden. ¿Por qué? Por desconocimiento.

-¿De la historia? –siguió preguntando el curioso, con los sentidos abiertos y ávidos de información.

-En parte, sí –prosiguió el segundo-. Pero también por desconocimiento del sentir nacionalista o, si lo prefieres, del sentido que tienen los catalanes de su propia identidad. Parece como si a algunos les pusiera los pelos de punta oír hablar de esto, quizá porque confundan nación con estado independiente.

-Parece lo mismo -contestó  el escéptico autor de las preguntas.

-Si así fuera, la independencia estaría servida –atajó quien contestaba- porque nadie podría negar a un estado su independencia. Ese es uno de los grandes errores que se están cometiendo, confundir estado con nación. Varias naciones pueden convivir dentro de un mismo estado, si existe voluntad para ello y sobre todo si llevan conviviendo siglos.

-Vale, entiendo –volvió a preguntar el tertuliano inquieto-. Pero entonces España no es una nación, sino un estado donde caben varias naciones.

-Vamos a ver –se revolvió el otro ante la pregunta-. Si una nación se define como el conjunto de personas que comparten un idioma, unas costumbres, un pasado histórico y unos intereses, España es una nación, ¡cómo puede alguien dudarlo! Pero eso no impide que Cataluña también lo sea. Piénsalo bien, no hay contradicción. Es más, acabas de llegar al meollo del asunto, porque hay naciones, como la nuestra, que se han formado a partir de otras ya existentes.

-Ya…, y las anteriores no han desaparecido, siguen dentro de la nueva –murmuró pensativo el que había suscitado la conversación-. Empiezo a entender algo y a vislumbrar qué querías decir cuando hablabas de desconocimiento de la realidad.

-Medita sobre lo que acabamos de hablar y, si quieres, otro día reanudamos el debate –sentenció el defensor de la hipótesis de la nación de naciones-. A mí se me han quedado muchas cosas en el tintero, porque éste no es un asunto fácil. Requiere una gran dosis de rigor intelectual.

Cuando se levantó la sesión, miré las caras de los que habían participado como oyentes en el anterior intercambio de preguntas y respuestas y me fui de allí con la sensación de que, aunque no todos estuvieran de acuerdo  con lo que se había expuesto, al menos parecía que fueran a echarle una pensada.

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