17 de enero de 2015

Afición al fútbol


El curioso fenómeno social del fútbol ha sido tan estudiado que no voy a caer en la tentación de intentar aportar algo nuevo. De la locura de los fanáticos se ha hablado tanto y tan variado que no hace falta  añadir nada. La chifladura, si no insania, de los que han convertido una afición lúdica en algo así como profesión sagrada o estilo de vida, no merece más que descalificaciones desde cualquier punto de vista, sobre todo si el juicio se hace con un mínimo de rigor intelectual. Lo dicho: ni una palabra más sobre los forofos y los vándalos.

Pero sí hay un aspecto sobre este asunto que me llama la atención desde hace tiempo y no voy a poder evitar referirme a él. Existen militantes del anti-fútbol, desviación de signo contrario al de los hooligans, individuos que meten en el mismo saco a los exaltados y a los aficionados que sólo buscan entretenimiento cuando asisten a un partido o cuando siguen con ilusión la marcha de su equipo en competiciones nacionales o transnacionales. Son personas obsesionadas con este tema, que aplican el mismo patrón a los que berrean en los campos de futbol o en las tabernas y a los que acuden al estadio o se sientan delante del televisor con el único propósito de disfrutar de vez en vez de este entretenimiento.

A estas alturas de mi exposición el lector habrá adivinado ya que yo soy de estos últimos. No siempre ha sido así, porque hace unos años, no demasiados por cierto, no me gustaba el fútbol y no entendía  esta afición, aunque me limitara a interiorizar mis opiniones y nunca las utilizara como armas arrojadizas. Por eso precisamente, porque creo saber de qué estamos hablando, puedo permitirme ahora mencionar a los que convierten su falta de interés en un ataque contra los que les gusta el fútbol, sin distinguir a unos de otros, simplificando las cosas hasta el punto de que sus invectivas provocan en mí cierta hilaridad. A veces tengo la sensación de que con sus manifestaciones pretendieran mostrar  superioridad intelectual con respecto a las personas a las que entretiene el espectáculo. ¡Ya ves tú!

A mí no me gustan ni las carreras de coches ni las de motos, pero entiendo perfectamente que a otros puedan entretenerlos. El tenis, que veo de vez en cuando, termina cansándome, si no aburriéndome, lo que no me lleva a considerar a los aficionados personas carentes de juicio. Tampoco me gustan los toros, pero, a pesar de que me cuesta mucho aceptar este espectáculo como un entretenimiento de corte civilizado, no arremeto contra los taurinos.

Voy a dejar esta opinión aquí, porque va a empezar un partido que transmiten por televisión y que no quisiera perderme, un partido en el que por supuesto juega el Real Madrid.

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