A medida que voy conociendo más detalles sobre la andadura y el mensaje del nuevo partido político que se llama Podemos, mi criterio va tomando forma. Debo confesar que hubo un momento al principio, cuando sus líderes iniciaron la estelar aparición ante los medios de comunicación, que no sabía si estábamos hablando de una formación progresista o de un movimiento conservador, porque sus ataques indiscriminados a uno y otro lado me hacían temer que pudiéramos encontrarnos, una vez más, ante un fenómeno amarillista, en este caso de redentores iluminados. Ahora, al menos, ya sé que se trata de un partido de izquierdas, no hay más que ver el miedo que sacude a la derecha de nuestro espectro político ante su avance en los sondeos de opinión.
Es verdad que también hay preocupación en la izquierda, pero de otro signo. Los partidos progresistas no temen, como sucede a sus adversarios políticos conservadores, que esta formación nos traiga el Diluvio Universal, simplemente que se lleve a sus votantes, legítima inquietud que sólo cabe combatir democráticamente. Dos temores, a mi juicio, muy distintos. Para un votante de la izquierda moderada, ideología que yo hoy identifico con las siglas del PSOE, la apertura de un nuevo grupo progresista nunca debería ser motivo de tribulación, porque en definitiva se abre un nuevo frente de lucha democrática contra el neoliberalismo galopante que, en aras de una supuesta estabilidad social, arrasa el estado del bienestar en Europa. Su preocupación tendría que ser otra muy distinta, la de si es capaz de transmitir la idea de que una izquierda centrada es posible. La socialdemocracia en la Unión Europea, que ha gobernado y continúa haciéndolo en tantos países y durante tanto tiempo, ha dotado a este continente de un estatus social digno de admiración. Y eso hay que saber explicárselo a los electores de centro, que en definitiva son los que inclinan la balanza electoral en uno u otro sentido.
Lo de la casta sobra, amigos de Podemos. Siento decir que me parece una hipocresía de mal gusto democrático. La corrupción existe y nos aplasta, es verdad. Incluso diría más: su hedor resulta insoportable. Por eso se hace imprescindible cambiar las leyes que la castigan y fortalecer la judicatura que la combate, porque si no lo hacemos no habremos conseguido nada, ya que el caldo de cultivo será el mismo, por muy buenas que sean las intenciones, y continuaremos igual. Fijaos atentamente en el hecho de que alguno de vosotros ya apunta maneras, por mucho que se intente disfrazar la corrupción de corruptela, y eso sucede porque el sistema emponzoñado que nos rodea lo permite. Tenedlo en cuenta vosotros y ténganlo en cuenta los votantes de la izquierda moderada para no llevarse a engaño con los cantos de sirena redentores. La rueda, ya lo he dicho en otro sitio, se inventó hace tiempo. Lo que ahora procede con urgencia es limpiarla y ponerla a rodar con prontitud.
Creo que es un hecho que muchos de los políticos que hemos tenido en los últimos años, tanto en el Gobierno Central, como en los Autonómicos, con independencia de si eran del PP o del PSOE, se han considerado a sí mismos como una clase especial, con tendencia a permanecer separados de los demás, atribuyéndose privilegios desorbitados, investidos de un poder y una inmunidad protectora, como si su puesto en la política fuera un derecho y no fruto de una elección ciudadana. Su preocupación no ha sido tanto el bien común, sino el propio y el mantenimiento de su posición y dominio, haciendo y deshaciendo a su antojo en leyes, disposiciones, presupuestos, etc…
ResponderEliminarLa ley electoral, las listas cerradas, los aforamientos, la obediencia ciega a las disposiciones del partido, el pensamiento único impuesto desde las respectivas direcciones, los argumentarios de obligado seguimiento, definen un tipo de personas, para los cuales su pertenencia al Partido se diferencia en poco con lo que cualquier diccionario define como casta. ¿No lo han sido, entonces?
Estoy de acuerdo en que esos comportamientos, que no sólo se dan en el PP y en el PSOE, también en los demás partidos, gobiernen o no, se corresponden con la definición que los diccionarios dan a la palabra casta. Nada que objetar por tanto al comentario. Pero como en mi opinión el problema está en el sistema y no en el ADN de los políticos, sigue pareciéndome de mal gusto democrático que uno de ellos, aunque acabe de hacer su aparición en el escenario de la política y por tanto considere que no está contaminado, lo esgrima como arma dialéctica contra los demás. Me produce desconfianza y sensación de oportunismo.
EliminarVolveré a entrar en el blog para tratar este asunto e intentaré ampliar mi razonamiento.