Calle Alfonso
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La calle Alfonso I, que nace frente a la basílica de El Pilar y muere en el Coso, atraviesa el casco antiguo de Zaragoza, un rectángulo envuelto por el trazado de las antiguas murallas romanas de Cesaraugusta. Este barrio forma parte de mis primeros recuerdos, porque en él residían mis abuelos maternos cuando de niño, en contadas ocasiones, pasé algunos días con ellos. Vivía yo entonces con mis padres en Tetuán, capital a la sazón del protectorado español de Marruecos, una ciudad pequeña, y más todavía para mí que apenas me movía fuera del llamado barrio europeo. Por eso Zaragoza me parecía inmensa, semejante a las urbes que entonces sólo veía en el cine, ¡con semáforos y tranvías!
La casa de mis abuelos estaba situada en la calle de El Temple, esquina a la plaza de San Cayetano. Era enorme, con seis balcones y un mirador a la calle y otros varios interiores. En ella no sólo residían los padres de mi madre, también albergaba el despacho profesional de mi abuelo, abogado que ejercía de procurador de los tribunales. Pero el vetusto edificio no ha resistido el paso del tiempo, de manera que ahora en su solar se alza uno nuevo, de fachada impersonal, sin balcones ni miradores. Cosas del progreso.
Como cada vez que voy a Zaragoza, lo primero que hice en esta ocasión fue pasear por los alrededores de la casa de mis abuelos, guiado por una nostalgia indeleble, intentando recuperar desesperadamente imágenes perdidas en mi memoria para siempre. Por eso, durante un buen rato me dediqué a merodear con Ana Mary por los rincones aledaños, cuyo aspecto nada tienen que ver con mis recuerdos, si acaso sólo la estrechura de las calles.
Pero una vez que regresé a la realidad de dónde y en qué momento me encontraba, cruzamos al otro lado de la calle Alfonso (los zaragozanos a este rey lo tratamos con suma confianza) y nos sumergimos entre los callejones de El Tubo, en uno de cuyos bares tomamos un vino y unas tapas, merecido descanso en mitad de aquel peregrinar entre recuerdos del pasado. Ya hablaré en otro momento de esta encrucijada del casco antiguo y de sus lúdicas prestaciones.
Cuando ya había anochecido, descendimos en dirección al río y nos encontramos con la gran plaza de El Pilar, larga hasta casi perderse de vista en la lejanía. Cuando yo era un niño, este espacio era mucho más corto, porque la zona más occidental estaba invadida por un caserío antiguo y deprimente que con los años ha desaparecido. En este extremo ahora se puede observar desde lejos el Torreón de La Zuda, restos de un viejo alcazar musulmán, y San Juan de los Panetes, una bonita iglesia que antes permanecía oculta entre las viejas casas ya derruidas.
Pero también en esa zona se asienta desde hace unos años la fuente de la Hispanidad, mazacote de dimensiones mastodónticas, que resta prestancia a la zona precisamente porque obstruye la inigualable visión del conjunto. Y no es ese el único bodrio que a mi entender desmerece en la plaza de El Pilar, porque proliferan unas estructuras enormes, prismas huecos que pretenden proteger a las terrazas al aire libre de bares y restaurantes, pero tan altas y desangeladas que ni resultan útiles ni mucho menos atractivas. A mí se me antojan andamios a retirar después de concluida la obra para la que fueron instalados. ¿Por qué algunos urbanistas ponen tanto empeño en privarnos de la perspectiva que otorgan los espacios abiertos?
Y en el otro extremo de la plaza, La Seo, una de las dos catedrales de Zaragoza, junto a la de El Pilar. Pero de esto y de muchas cosas más hablaré en otras ocasiones.
La plaza de El Pilar es tan bonita que ni esas cosas que dices la afea.
ResponderEliminar"pal PILAR sale lo mejor, los gigantes y la procesión".(con música adecuada)
ResponderEliminaryo también recuerdo con nostalgia Zaragoza y el caserón de los "yayos".Estuve allí en dos ocasiones a los 5 y seis años, 1 mes cada
Eliminarvez. Los recuerdos de la ciudad están un poco difusos, pero de la casa
y de sus habitantes me acuerdo bastante bien. Sobre todo de mi
compañero de juegos: Mohamed, el gato.
Has tocado mi fibra sensible. Yo también me acuerdo de Mohamed. Y de nuestros juegos infantiles cuando bailábamos "La raspa la inventó", más o menos como Ginger Roger y Fred Astair.
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